Texto del Evangelio (Mc 10,46-52): En aquel tiempo, cuando Jesús salía de Jericó, acompañado de sus discípulos y de una gran muchedumbre, el hijo de Timeo (Bartimeo), un mendigo ciego, estaba sentado junto al camino. Al enterarse de que era Jesús de Nazaret, se puso a gritar: «¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!». Muchos le increpaban para que se callara. Pero él gritaba mucho más: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!».
Jesús se detuvo y dijo: «Llamadle». Llaman al ciego, diciéndole: «¡Ánimo, levántate! Te llama». Y él, arrojando su manto, dio un brinco y vino donde Jesús. Jesús, dirigiéndose a él, le dijo: «¿Qué quieres que te haga?». El ciego le dijo: «Rabbuní, ¡que vea!». Jesús le dijo: «Vete, tu fe te ha salvado». Y al instante, recobró la vista y le seguía por el camino.
Nicolas Paussin
Todos somos Bartimeo, vemos, pero estamos ciegos y no vemos al hernano que está junto a nosotros y nos necesita.
El Greco
Nosotros no tenemos que esperar a que Jesús pase a nuestro lado, sabemos que se quedó en la Eucaristía muy cerca de nosotros. Podemos gritarle como Bartimeo: Señor, ten compasión de mí.
Cristo curando al ciego, de Eustache Le Sueur (1617-1655).
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